La Cosa

Para ser precisos, deberíamos aclarar que la denominación original fue “El Coso” y no “La Cosa” como reza el título. Pero debido a conflictos legales con otra repugnante criatura del barrio (casualmente homónima) decidimos aplicar un nuevo apodo, tan útil como diplomático. Aclarado esto, podemos continuar.
Hasta el día de hoy, no existen certezas sobre los orígenes de esta inmunda alimaña. Nadie sabe con exactitud de donde salió, quien lo parió o en su defecto quien lo creó.

De todos modos, después de varios años de verlo dando vueltas por el barrio la gente se acostumbró y dejó de hacerse preguntas. Actualmente su presencia no sólo no provoca temor y sorpresa entre los vecinos, sino por el contrario despierta en la mayoría de las personas una entrañable simpatía. Quizás debido a esto, se ha convertido en costumbre ocuparse colectivamente de la alimentación de dicho espécimen.

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Conozcamos las historias de algunos vecinos con vocación de servicio que velan por las tripas del cuadrúpedo:

Irena Kaczyński, una polaca que hace más de 15 años superó los 100 años de vida, jura con lágrimas en los ojos que posee en este mundo solo dos grandes amores: Su incontable colección de botones y La Cosa.
Es sabido que varias veces a la semana La Cosa, atraído por el tintineo de una pequeña campana, se hace presente en el patio trasero de la Sra. Kaczyński donde lo espera un abundante banquete de félidos previamente seleccionados. Los mismos son criados y mantenidos de a cientos por Irena, con el único y cariñoso fin de saciar el hambre de su bestia predilecta.

El Néstor, carnicero del barrio, se toma el delicado trabajo de seleccionarle ediciones especiales de antiguas revistas de fútbol, perdidas dentro de una vasta colección personal. Seguramente a La Cosa no le gusta el fútbol, pero si el inigualable sabor de aquellas revistas añejas torpemente manchadas con sangre por las manos del hombre de las reses.

Joaquincito, seguramente el niño más hiperactivo de la ciudad, le ofrendó hace dos años su mano y antebrazo completos, envueltos en una inocente caricia. Últimamente ya no es común verlos jugar juntos.

Amadeo, un militar retirado tanto de las fuerzas armadas como de la vida en sociedad, le ofrenda regularmente generosas porciones de una receta que resulta ser su especialidad: carne picada con cuantiosas astillas de vidrio molido, espolvoreada sutilmente con finos rulos de Virulana. Debo resaltar que el sargento le conoce muy bien los gustos, y que sabe con precisión las proporciones de cada ingrediente.

María Antonia del Milagro, una religiosa octogenaria ultra-ortodoxa, le prepara una singular variedad de pastel de papas. El secreto de dicho platillo radica en que lo cocina un lunes para recién entregárselo el lunes siguiente, o bien como en contadas ocasiones, varios lunes después. La anciana tiene claro que a La Cosa le enloquece el puré cubierto con esa superficie de medio centímetro de moho que, según afirma su nieta, parece césped en miniatura.

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Es probable que este amor incondicional de toda una comunidad por tan peligroso ser vivo no tenga otro origen que una llana e inocente simpatía. Pero siempre quedará latente en algunos de nosotros la hipótesis de que todo lo que hacemos en pos de su bienestar se debe a un incontrolable sentimiento de temor hacia sus fauces.

Sea por lo que sea, siempre mejor saciado y feliz.

Técnica: Dibujado en lápiz, entintado con microfibra graduada. Efecto de fondo realizado digitalmente.

2 comentarios:

Elly dijo...

Gracias por avisar de tal asunto. Desde luego, si ahora me topase con La Cosa, ya sabría que ofrecerle: uno de los calcetines de mi hermano. Seguro que se le hacía la boca agua.
Jejejeje.

Zalo Peralta dijo...

Jajaja... Seguro que si, y más aún si viene con un pie adentro!
(Un poco tétrico lo mio jeje...)